Hoy estoy que no estoy. Sin nata, sin humor.

No hace fata que os diga en quién estoy pensando, ni qué noticia convirtió el domingo día 11 de marzo en un día un poquito mucho más gris (como si ya de por sí no lo fuera para mucha gente...).

No es el primero. Ni tristemente será el último. 8.000 niños desaparecen cada año en este país. De ellos, aproximadamente un 2,5% (200) son catalogados de alto riesgo, es decir, desapariciones que quedan sin resolver, y que no se arreglan tres días después cuando se encuentra a ese niño ofuscado que ha decidido "irse de casa". 200 niños que no aparecen. 200 familias rotas.

Ayer solo podía abrazar a mi #morretes y rezar para que nunca le pase nada. Y mirar a #miMochuelo y confiar en que hace seis años nos elegimos bien, y en que, como dice un gran amigo mío, incluso si un día nuestros caminos se separan, podré confiar en que mi hijo (o los que haya entonces) estarán seguros cuando estén con él. Y él podrá confiar en mí.

Porque a veces pienso que poco podemos hacer más allá de confiar en los que hemos elegido. Construir buenas relaciones, buenas parejas de padres, juntos o separados, buenas redes de seguridad.

Suelo ser de ideas optimistas pero por desgracia pienso que gente mala - sí, mala, no enferma, mala - siempre existirá. Solo podemos esperar que el miedo a las represalias les haga detenerse.

Y hoy mis pensamientos están desordenados, y no me dejan concentrarme en nada, porque constantemente viajan hasta esos padres que seguramente con la última desaparición mediática de un niño abrazaron a Gabriel y rezaron para que no le pasara nada.

Lo siento.






Comentarios