Mi vida a trompicones



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Escribo este post a trompicones. Cuando llevo unas líneas, el bebé se ha hecho caca. Me levanto, le cambio, jugueteo un poco con él y vuelvo a dejarle en el suelo. Parece que está convencido y se aleja gateando detrás de la Conga. Esto no ocurre siempre. Suerte la mía.
Continúo escribiendo. Releo lo que he escrito hasta ahora, acabo la frase que estaba a medias y cuando me pongo a escribir el siguiente párrafo, mi hijo mayor me dice que quiere agua. Ya tiene casi 4 años, así que mi marido le manda a su habitación a coger la botella de agua. No me he levantado de la mesa pero ya he vuelto a perder el hilo.
Los planetas se alinean y enlazo 15 minutos seguidos de concentración. El bebé está en el corral jugando, el mayor está viendo la televisión desde hace una hora; mi alegría por haber conseguido escribir 4 párrafos empieza a empañarse por la culpabilidad… No debería ver tanta tele. Un capítulo más de la Patrulla Canina y le mando a jugar.
Acaba el capítulo y a mi solo me quedan unas líneas para acabar. De normal no tardaría más de 10 minutos. Miro desesperada a mi marido. Está en medio de una llamada con los cascos y el mute puesto. Se encoge de hombros y yo pongo un capítulo más. Solo uno. Esto me suena haberlo dicho más veces…
Acabo lo que quería escribir. Quedan 15 minutos de tele, voy a aprovechar para leer y contestar mails. El pequeño explorador comienza a llorar. Me lo encuentro sentado debajo de la mesa baja dándose cabezazos cada vez que intenta levantarse y sin saber salir de allí. Mi marido le rescata y constatamos que está muerto de sueño. Un poco de biberón y al carrito: en menos de 5 minutos está dormido. Quizás signifique 30 o 40 minutos de tranquilidad. Pero no. El último capítulo de la Patrulla se ha acabado y toca jugar con el mayor. Y obviamente no quiere jugar solo. Algunos días cuela, pero hoy no hay negociación que valga.
Mi marido y yo ponemos en común agendas: “Yo tengo reunión a las 12:30.” “Vale, yo necesito una hora después de comer para acabar una programación.” “Está bien, pues te quedas tú ahora y después de comer hago yo con él los deberes.” “¿A quién le toca hoy salir a pasear con ellos?” “No sé, yo he bajado a la perra hoy, ¿bajas tú y mañana sales con la bici si te apetece?” “Puff, no sé. Por cierto, mañana tengo reunión a las 8:30 y a las 13:00.”  
Uno de los dos “pierde” y se pone a hacer un puzle con mi hijo de 3 años. El otro aprovecha para trabajar. O para hacer la comida, porque también hay que comer.
Comer, dar de comer, cambiar pañales, entretener, hacer los deberes, ir al baño si se puede, ayudar a caminar al bebé, bajar a la perra, bañar, pasear una hora, hacer meriendas, salir a hacer ejercicio o yoga a ratitos de 5 minutos, hacer videoconferencias con las dos tandas de abuelos y por supuesto, teletrabajar.
Porque mi marido y yo tenemos la suerte de poder teletrabajar. Tanta suerte que cuando se plantea la desescalada, nosotros ya lo tenemos solucionado y hablan de soluciones para niños cuyos padres estén obligados a trabajar ambos fuera de casa. Porque si teletrabajas todos sabemos que te multiplicas a la par que el tiempo, y tu ubicuidad te permite ser padre, worker y tutor al mismo tiempo.  
Entiendo y comprendo que la situación es extraordinaria, y como tal hemos apechugado los dos últimos meses. Con nuestras quejas, pero tirando para delante porque sabíamos que la única manera que teníamos de ayudar en este horror era quedándonos en casa.
Pero me parece descorazonador que se plantee la desescalada y nos coloquen en un lugar diferente por poder trabajar desde casa. Porque teletrabajar es trasladar tu entorno de trabajo a otros espacios que te faciliten la conciliación, no trabajar a la vez que haces otras cosas. Como medida de urgencia vale, pero no normalicemos. No busquemos soluciones separadas para padres que trabajan fuera y dentro de casa. O para padres de hijos de determinadas edades. Porque al final, los niños siempre necesitan nuestra atención. De una u otra manera y con una u otra intensidad dependiendo de la edad. Y el trabajo tiene que hacerse. Dentro o fuera de casa. Pero no se puede ser padre y trabajar a la vez.

O al menos, yo no he aprendido a hacerlo en dos meses de esta vida a trompicones. Ni creo que lo logre en los próximos cuatro. 

Comentarios

  1. Me he sentido tan identificada...que me da rabia. La culpabilidad laboral y personal se une todos los días al agotamiento y genera crisis esporádicas de estrés, impotencia y frustración. Mi jefe ya prepara la desescalada laboral, mi pareja teletrabajará hasta octubre. Pensé en que mi jefe lo comprendería...Al no tener los dos trabajo presencial no tendríamos opción a la escuela infantil, y si ya es difícil con los dos en casa, ¿qué será con uno? (todo mi respeto a madres y padres solteros). Pero ey, mi jefe en su infinita sabiduría tiene la solución: "tirad de familiares o conocidos y, si no podéis, contratado a alguien". Después de su respuesta, me eché a llorar.

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    1. Sí, como siempre somos los padres los que tenemos que asumir la conciliación, tanto física como emocional y económicamente. Ayer estuve mirando niñeras/os y sale aro, sobre todo sabiendo que entramos en ETOP la próxima semana... Es horrible pensar que "tenemos la vida solucionada" por poder traer el ordenador a casa... Ánimo!!

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  2. Yo soy programadora, mi pareja profesor de primaria. Al ser programadora imputo por horas, cada hora que hago me la miran al milimetro. El otro dia me reclamaron que no imputara media hora a la runion diaria porque dura 15 min. Comenté que la situación era excepcional, que trabajabamos los dos y con el niño en casa y me dijeron que si en algún momento tenía que parar que lo recuparara en otro momento del dia...así vamos

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